La clave para cumplir tus propósitos
Para que los dejes en una lista y pasen en blanco el 2018, la ciencia tiene la respuesta
“Este año SÍ voy a hacer ejercicio”, “ahora SÍ no me voy a enojar con mi
mamá”. Año con año nuevo elaboramos propósitos bienintencionados, muchos
repetidos, que después cuesta trabajo cumplir. Existen varios consejos
para lograr realizar estos cambios: que si comenzar con algo pequeño,
que si frasearlos en tiempo presente, que si visualizarnos durante el proceso y
no durante el resultado. Poco se dice de un único propósito de año nuevo que te
puede ayudar a cumplir con todos los demás.
En términos prácticos, los propósitos son casi siempre cambios de
hábitos. Por ejemplo, el clásico “voy a comer mejor” es cambiar un
hábito (el comer no-bien) por otro (comer bien). Los hábitos en el
cerebro son como una costumbre para reaccionar: pueden ser acciones o
formas de sentir o pensar. Es cuando dices “lo hice sin pensar”. Ocurren de forma
automática y muy rápida, y eso es súper útil cuando el contexto lo amerita. Por
ejemplo, cuando sin pensar quitas la mano de algo caliente.
Lo malo es que los hábitos comienzan a formarse en situaciones que
no son de vida o muerte, y muchas veces están asociados a emociones que nos
hacen sentir mal y reaccionar sin pensarlo. Por ejemplo, enojo cada
vez que escuchas a tu pareja sonarse los mocos estruendosamente; temor al
recibir una llamada de tu jefa; hastío al pensar en ejercitarnos, etc.
Los propósitos fallidos de años viejos se relacionan con estas asociaciones
y reacciones automáticas, ya que creemos que el cerebro cambiará nada más con
nuestra propuesta de hacerlo. Pero la mente no funciona así.
La amígdala es una pequeña pero poderosa estructura en el cerebro
que está relacionada con las respuestas automáticas. Es buenísima para
evaluar y responder rápidamente ante una situación, pero su respuesta casi
siempre es como la de un animal salvaje: huye o pelea. A partir de la respuesta
de la amígdala comienza una cascada de reacciones en el cuerpo, por ejemplo
aumento del ritmo cardíaco y de hormonas de estrés, las cuales muchas veces se
sienten como miedo o enojo.
Cuando te sientas a tratar de escribir la novela que te propusiste, y de
repente sin saber cómo ya estás viendo Facebook, probablemente tu amígdala
mandó una señal de miedo ante algo que realmente no está amenazando o no
amerita una huida, pero la respuesta de tu cuerpo es como si sí, así que huye
de esa actividad. En la amígdala se guarda una memoria emocional en forma de
conexiones neuronales que hace que las respuestas ante estímulos conocidos sean
de forma automática, y de ahí que sin pensarlo ya estamos actuando de cierta
manera que no necesariamente es la mejor para nuestros propósitos ni bienestar.
Una mente que está acostumbrada a responder siempre desde la amígdala tendrá
muchas dificultades en lograr cualquier propósito de año nuevo. De hecho,
tendrá dificultades en varias cosas, pues las respuestas desde ahí, además de
automáticas, tienden a ser abrumadoras y cargadas de mucha emoción. Seguramente
has vivido respuestas de este tipo, cuando el solo hecho de enterarte de algo
te crea un nudo en la garganta y un vacío en la panza.
Pero hay buenas noticias. Tres, de hecho.
La primera es que los estímulos exteriores, como ver una foto de tu ex en
Instagram, no van únicamente a la amígdala. Los estímulos también se procesan
en la corteza prefrontal, una parte del cerebro que es más “racional” y de
respuestas planeadas. En general, si la amígdala recibe un estímulo y ya sabe
la ruta hacia cómo actuar, lo hará antes que la corteza prefrontal, y estaremos
controlados por nuestras respuestas automáticas. Pero si no es así, entonces la
decisión pasa a la corteza prefrontal, desde donde nuestra respuesta podrá ser
más reflexiva y creativa.
Para cualquier adulto esto podría sonar más bien como una mala noticia:
hemos vivido ya tantas cosas que seguramente la amígdala tiene una respuesta
para todo, dejando poca cancha a la corteza prefrontal.
Pero aquí viene la segunda buena noticia. Todo,
absolutamente todo lo que está ocurriendo cada momento puede ser tomado como
algo nuevo (finalmente ¡es un nuevo momento!). Sólo hay que entrenar al cerebro
para que entienda esto. Hay que relajar la amígdala y comenzar a actuar desde
la corteza prefrontal, donde las emociones se modulan y crean respuestas a
partir de estrategias cognitivas que re-evalúan aquello que la amígdala indicó.
Tercera buena noticia: Funcionar así es una habilidad natural de la
mente humana que se puede practicar. Una manera de hacerlo es a través de la
meditación mindfulness (también llamada
vipassana o de conciencia plena).
En experimentos se ha observado que tras dos semanas de meditar
diariamente 20 minutos, la reactividad de la amígdala se reduce no
sólo durante el estado meditativo, sino todo el tiempo, o sea cuando no se está
meditando. Es decir, que la meditación entrena al cerebro a trabajar de forma
diferente, lo cual tiene efectos duraderos en las funciones mentales (y por lo
tanto, las respuestas emocionales y las acciones que vienen después).
Si año con años tus propósitos de año nuevo se transforman en frustraciones,
tal vez puedas comenzar por practicar meditación y así crear nuevos
hábitos mentales sobre el hacer o pensar las cosas. Probablemente
descubras que todo, no importa si es cantar en público, dejar de comer carne o
tratar bien a los demás, al observarlo con interés y curiosidad puede tener
otra respuesta de tu parte.
Si lo que quieres es crear nuevos hábitos o reaccionar distinto y
más consciente ante la vida, entonces practicar meditación podría ser tu único
propósito de año nuevo.


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